Murmura un manantial de delgada y límpida corriente y rodeado, en su amplia salida, de orillas herbosas. Aquí solía la diosa de las selvas, cuando estaba fatigada de la caza, bañar en el cristalino líquido sus miembros virginales. Cuando llegó allí, entregó a una de sus ninfas, que cuidaba de sus armas, la jabalina, la aljaba y el arco destensado; otra recogió en los brazos el vestido que la diosa se ha quitado; otras dos le desatan el calzado. Y mientras allí se baña la Titania, en sus aguas acostumbradas, he aquí el nieto de Cadmo, después de suspender sus trabajos, y errando a la ventura por un bosque que no conoce, llega a aquella espesura, pues los hados lo llevaban. Tan pronto como penetró en la gruta que destilaba la humedad del manantial, las ninfas, al ver a un hombre, desnudad como estaban, se golpearon los pechos, llenaron de repentinos alaridos todo el bosque, y rodeando entre ellas a Diana la ocultaron con sus cuerpos; pero la diosa es mas alta y les saca a todas la cabeza. "Ahora te está permitido contar que me has visto desnuda, si es que puedes contarlo". Y sin más amenazas, le pone en la cabeza que chorreaba unos cuernos de longevo ciervo, le prolonga el cuello, hace terminar en punta por arriba de sus orejas, cambia en pies sus manos, en largas patas sus brazos, y cubre su cuerpo de una piel moteada. Añade tambié un carácter miedoso; huye el héroe hijo de Autónoe, y en su misma carrera se asombra de verse tan veloz. Y cuando vio en el agua su cara y sus cuernos: "¡Desgraciado de mí!" iba a decir, pero ninguna palabra salió.
Estrabón, Geografía, III
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