La mujer aparece como compañera y cooperadora del hombre romano, la cual está a su lado en los banquetes y comparte con el la autoridad sobre los hijos y criados.
La mujer en los banquetes no bebía vino, sino mulsum (vino con miel). Estaba siempre en segundo plano y no disponía de participación en la vía pública o el política.
Niños y niñas se criaban juntos cuándo eran pequeños; las escuelas elementales también eran mixtas. Cuando terminaban los estudios primarios, las chicas de buena familia continuaban instruyéndose privadamente en el conocimiento de la literatura latina y griega; al mismo tiempo aprendían a tocar la lira, a bailar y a cantar. Esta educación intelectual no impedía que la mujer hiciese determinadas labores: vigilaba y dirigía a las esclavas, atendía los trabajos más delicados, bordaba, etc. Aparte de esto, la mujer no tenía derechos ni podía ser cabeza de familia.
Nada ejemplifica mejor el ínfimo estatus público de la mujer que los nombres que llevaban.
Habitualmente eran llamadas solo mediante la forma femenina del nombre de familia: de ahí
las hijas de Gayo Julio César y Marco Tulio Cicerón se llamaron Julia y Tulia respectivamente.
Ni siquiera las hijas de las grandes familias tenían pronombre, aunque podían usarse los
adjetivos Maior, Minor, Tertia, Quarta, etc. ( la Mayor, la Menor, la Tercera, la Cuarta)
para distinguir a las hermanas, o a las tías y las sobrinas.
A finales del período republicano, se hizo habitual que las mujeres fueran llamadas con la forma
femenina del nombre de familia y el cognomen en genitivo, esto es, la forma del nombre que
expresa la posesión: de ahí la expresión Tulia Ciceronis (Tulia de Cicerón). En la Grecia
moderna, el apellido de la mujer soltera es el nombre de la familia en genitivo, y en casi
todos los países eslavos rige un sistema semejante.
Las mujeres romanas generalmente no cambian de nombre cuando contraían matrimonio.
muchas de las mujeres casadas que aparecen en las inscripciones llevan el mismo nombre
que su marido, pero probablemente es debido a que los dos habían sido esclavos de una
misma familia, o porque libertos y libertas se habían casado con sus antiguos amos.
J. C McKeown, Gabinete de curiosidades romanas. Ed. Crítica.